En las culturas paganas los árboles, símbolos vegetativas del bosque y expresión de las fuerzas fecundantes de la Madre Tierra, fueron objeto de culto en toda Europa prerromana. El árbol sagrado por excelencia fue el roble.
Para nuestros antepasados europeos, los rituales mágicos asociados al ciclo agrario del espíritu del árbol fueron un elemento central de sus culturas. Los aldeanos se dirigían a los árboles del bosque y, tras ofrecerles algún regalo, invocaban la acción de sus espítius con el fin de lograr protección para sí mismos, sus familias, propiedades y ganado, así como en demanda de cosechas abundantes. No se podía maltratar ningún árbol ya que, dado que todos ellos poseían espíritu, hacerlo acarreaba la desgracia y, en fin, antes de hundir el hacha en el árbol que iba a ser talado, el leñador debía pedirle perdón y, según las regiones, incluso tenía que cumplir alguna penitencia (como, por ejemplo, no cazar ciertos animales durante un tiempo) que fuese compensatoria ante la Madre Naturaleza.
Cuando, a mediados de otoño, las hojas del roble amarilleaban y caían, dejando el tronco y las ramas desnudas y con una apariencia desolada y nada atractiva, las culturas agrarias que adoraban los árboles creían que el espíritu que había vitalizado el roble desde el mes de abril anterior abandonaba el árbol, y por eso, dentro del contexto ritual propiciatorio asociado al solsticio invernal. Las gentes de esos tiempos comenzaron a adornas las esqueléticas ramas del roble con la intención de hacerlo más atractivo e incitar así al espíritu de la Naturaleza a volver a morar en él lo antes posible.
De las ramas del roble se colgaban telas de colores y piedras pintadas que actuaban a modo de amuletos propiciatorios cuyo éxito se hacía patente, año tras año, al lograr el regreso del espíritu de la Naturaleza, bien visible en primavera detrás del prodigioso rebrotar de las hojas, de la floración y de maduración de los frutos.
Así pues, el significado ancestral de los adornos que todavía hoy se cuelgan en el árbol de Navidad es el de propiciar el regreso del espíritu generador de la Naturaleza, que, tras hacer brotar la vida vegetal y animal, asegurará nuestra supervivencia un año más.
Para nuestros antepasados europeos, los rituales mágicos asociados al ciclo agrario del espíritu del árbol fueron un elemento central de sus culturas. Los aldeanos se dirigían a los árboles del bosque y, tras ofrecerles algún regalo, invocaban la acción de sus espítius con el fin de lograr protección para sí mismos, sus familias, propiedades y ganado, así como en demanda de cosechas abundantes. No se podía maltratar ningún árbol ya que, dado que todos ellos poseían espíritu, hacerlo acarreaba la desgracia y, en fin, antes de hundir el hacha en el árbol que iba a ser talado, el leñador debía pedirle perdón y, según las regiones, incluso tenía que cumplir alguna penitencia (como, por ejemplo, no cazar ciertos animales durante un tiempo) que fuese compensatoria ante la Madre Naturaleza.
Cuando, a mediados de otoño, las hojas del roble amarilleaban y caían, dejando el tronco y las ramas desnudas y con una apariencia desolada y nada atractiva, las culturas agrarias que adoraban los árboles creían que el espíritu que había vitalizado el roble desde el mes de abril anterior abandonaba el árbol, y por eso, dentro del contexto ritual propiciatorio asociado al solsticio invernal. Las gentes de esos tiempos comenzaron a adornas las esqueléticas ramas del roble con la intención de hacerlo más atractivo e incitar así al espíritu de la Naturaleza a volver a morar en él lo antes posible.
De las ramas del roble se colgaban telas de colores y piedras pintadas que actuaban a modo de amuletos propiciatorios cuyo éxito se hacía patente, año tras año, al lograr el regreso del espíritu de la Naturaleza, bien visible en primavera detrás del prodigioso rebrotar de las hojas, de la floración y de maduración de los frutos.
Así pues, el significado ancestral de los adornos que todavía hoy se cuelgan en el árbol de Navidad es el de propiciar el regreso del espíritu generador de la Naturaleza, que, tras hacer brotar la vida vegetal y animal, asegurará nuestra supervivencia un año más.
Este post es un apunte del libro "Mitos y tradiciones de la Navidad" de Pepe Rodríguez. Un ensayo sobre los orígenes paganos de estas fiestas lleno de datos curiosos que os sorprenderá. No podréis comprarlo en librerías por estar descatalogado. Si os interesa tenéis la suerte de tenerlo disponible para ser prestado en la Sala de Adultos de esta biblioteca.
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